viernes, 9 de septiembre de 2011

REDENCIÓN

REDENCIÓN

Me estoy duchando con el agua lo más caliente que da la caldera. Para intentar imaginar lo que sería quemarme.
Pero para mi sorpresa no me produce ninguna mala sensación, al contrario, me excita.

Llevo en esta miserable condición atemporal demasiado tiempo. Me enjabono. Miro con tristeza mi cuerpo. Éste cuerpo inmortal que dejó de cambiar. Que me cambió para siempre. Y sin quererlo.

Miro mi vientre, ahora congelado en el tiempo y el espacio. Con una criatura dentro a la que quise en un tiempo. A la que mataron cuando me mataron a mí. Pero yo no morí en su muerte.

Cuando abrí los ojos y supe en lo que me habían convertido, lo sentí morir. Simplemente su corazoncito no-nato dejó de latir, asfixiado dentro de mi propio cuerpo. Su cuna, su protección y su tumba.

Me doy asco. Me da asco esta casa y me dan asco las personas con las que tengo que compartir mi existencia.

Nada de magia. Nada de magnificencia. Ni glamour. Vivimos como ratas hacinadas en una cloaca; eso sí, la cloaca tiene cuatro paredes y un techo. ¡Qué mentiras nos vendió Holliwood! Y todos esos autores. Los Vampiros no somos tremendamente guapos. No somos mucho más fuertes que los humanos. No tenemos extraordinarios poderes como leer mentes, ver el futuro ni nada de eso. NADA. Simplemente existimos. Que ya es bastante...

Salgo del baño, mi piel sigue igual de fría, ni se ha templado en la ducha. Me seco y salgo desnuda por la casa. Mis compañeros me miran y ni se escandalizan.
Llevo demasiado tiempo en esta condición de pesadumbre.
Uno de ellos me comentó el otro día que hay gente que no se adapta. Debe de ser mi caso.

No me gusta la sangre. Me dan ganas de devolver. ¿Por qué he de matar a personas para vivir yo? ¿Por qué si la alternativa es alimentarme de animales me da tanta angustia matar a alguno?
Es éste maldito cuerpo...

Y el sexo... ¡Qué fue de escenas como la de Angelina Jolie emparapetada encima de una cómoda de un hotel! Los orgamos. Ya no siento nada. He fornicado con todos mis compañeros sin sentir siquiera la penetración. Será que no me acepto a mí misma.

Hace más de cientoveinte años que estoy así. Muerta en vida, si es que a ésto se le puede llamar vida.

Hay varios antes que yo que se han quitado la vida. No sin antes padecer gran sufrimiento. Han intentado la luz del sol, las estacas, el ajo... Pero hay que quemarse para terminar con nuestra existencia.

¿Cuál sería la mejor manera? Una fogata, gasolina, aceites esenciales... No estoy segura.

Mis compañeros me miran con malestar. Saben lo que pienso hacer porque no he sido la primera. Ni seré la última. El patriarca es el que más siente que no me adapte, pues fue él el que me convirtió y es a él a quién más detesto.

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Una semana después he descubierto una tienda con aceites esenciales. Y además que me han asegurado que son altamente inflamables.

Me he puesto un sudario blanco. He preparado una pira de troncos de madera, de un metro por un metro. Los aceites son de lavanda. Me pongo en el medio. He encendido velas a mi alrededor.
Tengo prepradados cuatro litros del aceite en una jarra. Primero tiro un poco a mi alrededor, esperando el momento en que las velas lo prendan.
Siento su calor. Mis compañeros han salido al jardín a ver mi muerte. No se acercan la calor. Al fuego, para ser más exactos. Hecho más aceite y siento más el fuego. Y no me molesta. Me encanta estar a punto de morir.

Finalmente, vierto el contenido de la jarra por encima de mi cabeza, cubriendome entera por los aceites esenciales. Y empiezo a arder. Y me excita el fuego, me excita el calor. Y rio.
Empiezo a carcajearme pues no me molesta estar ardiendo.
Me encanta estar quemándome. Aunque duele, es verdad. Pero libera. Y tras unos instantes más, caigo al suelo. Inerte.

Sin vida.

Al final, he dejado de existir. Soy libre.

Finalmente soy libre.

sábado, 3 de septiembre de 2011

¿Dónde? Relato presentado para el concurso 2º Semana Zombie de Infectados Blog

¿Dónde?

Con un niño de tres años caminando en plena calle quién me hubiese visto seguro habría pensado que había perdido el juicio. Pero ¿Qué podía hacer?

Todos habían muerto. Familia y amigos. No sabía nada de mi marido, pero estoy segura que de haber podido, habría regresado a casa. Su ausencia me confirmaba lo peor.

Sobrevivimos las primeras semanas a base de conservas y arroz. Pasta con tomate. Después a base de saquear las casas de los vecinos.

Lo peor era dejar al niño solo. Pensaba que era la mejor opción, pero se quedaba llorando y podía atraer la atención de los zombies. Después pensé que estaba loca por arriesgarme a ir con él por ahí. Aunque Darius era obediente, y cuando se tenía que quedar callado. Callaba. Tenía un pavor horrible a quedarse solo en casa. Temía que no regresase, como hizo su padre, o el resto de la familia. Así que pensé que quizá si me mordían, él tuviese alguna oportunidad. Que alguien lo encontrase y lo ayudase. Ojalá.




Corríamos por la calle. A él lo llevaba a cuestas emparapetado entre la mochila y mi espalda. Llevaba una manta de viaje. Conservas. Agua. Pastillas potabilizadoras, chicles sin azúcar, un par de fotos, una muda de recambio y un jabón de lavar. También una pequeña bolsa de aseo con dos cepillos de dientes y un tubo de pasta. Un par de toallas. Un frasco de gel. Dos chaquetas. Le había rapado la cabeza al niño y a mí. Eso daba ventajas en ciertos sentidos: No necesitabas champú y evitabas los piojos. Llevabamos unas gorras de color oscuro y unos gorros de abrigo. También un par de rollos de papel higiénico.

No sabía bien qué ruta tomar. La montaña parecía lo más seguro, pero era empinada y nunca he tenido buena forma física. Los caminos me parecían muy peligrosos. Lo mejor sería tomar una carretera dónde se pudiese ver de lejos y que tuvieramos varias alternativas de escape. Sólo tenía un par de cuchillos y un bate para defendernos. Era un suicidio. Aún así, necesitaba encontrar a más gente y darme cuenta que no éramos las únicas personas que quedabamos en el mundo. Mi hijo no se merecía una cosa así.

El ocaso nos sorprendió en una gasolinera de carretera, en las afueras de un pueblo de Valencia. Me aseguré de que no había peligro y después nos metimos en el despacho. Eché una botella de amoniaco en la puerta, cómo hiciese Will Smith en la película de "Soy Leyenda", para evitar que captasen nuestra olor y cerré la puerta con llave, pestillo y la mesa a modo de evitar que entrasen. Sabía que era absurdo. Pues si nos detectaban estabamos más que perdidos. Pero era lo único con lo que contaba y cuando uno hace lo que puede, no está obligado a más. Darius durmió acurrucado junto a mí y yo en un duermevela en el que cada ruido desconocido me hacía temer lo peor. Por suerte fue una noche sin sobresaltos y por la mañana pudimos reanudar nuestra marcha.

Desayunemos rosquilletas y batido de vainilla que encontramos en la gasolinera. Comprobamos unas llaves que encontramos en un bolso en el despacho y resultó pertenecer a un Seat Ibiza color negro de cinco puertas. Llenemos el depósito y dos bidones de cinco litros de gasolina. Cogimos todo lo comestible y nos dirigimos hacia Valencia, a ver si teníamos suerte y encontrábamos a más gente, viva.

Cerca ya de Alboraia, por la pequeña venecia, vimos una hoguera. Eso nos pareció muy extraño. ¿Por qué encender una hoguera? Si la ven los zombies acudirán. También podría ser para quemar restos humanos y que no "regresaran". Decidí acercarme allí con cautela. Quién sabe qué nos podíamos encontrar. Y para mi sorpresa, encontremos a cuatro niños jugando en la calle, dos hombres con armas en la mano y mujeres pelando lo que parecían patatas sin preocuparse de que una horda de muertos vivientes entrasen de improvisto.

Paré el coche y bajé de él, Darius también bajó. Uno de los hombres miró hacia dentro y dijo algo. Las mujeres miraban hacia nosotros y los niños habían dejado sus juegos y habían corrido a refugiarse dentro de la "ciudadela", por qué eso era lo que parecía la pequeña venecia. En su forma de medialuna y con dos puertas que habían reforzado. Salieron tres hombres de dentro y se acercaron a nosotros.



- Buenos días. Veo que todavía quedan "respirantes" por el mundo- el desconocido sonrió. Yo también, aunque no me hizo mucha gracia el calificativo que empleó para referirse a los vivos- sed bienvenidos. Espero que nos podáis contar algo del mundo. ¿De dónde venís?

-De La Vall d'Uixó- contesté. Al ver que el hombre no se hubicaba continué- uno de los últimos pueblos al sur de Castellón.

-Entonces no habéis viajado mucho.- negué con la cabeza- que pena. Aún así espero nos contéis vuestra historia. Es como una tradición que tenemos con los recién llegados. También lo és, que lo que traigáis lo compartáís con la comunidad.

-Por supuesto- ya me lo había yo olido.



Nos enseñaron los espacios. Tenían un pequeño embarcadero con varios tipos de barcas con los que salían a pescar. También había otra más grande más alejada con la que supimos que se encargaban de ir más lejos por la costa en busca de viandas. Había un McDonald's cerca, pero hacía tiempo que se había quedado con nada de alimentos. Habían abierto cada una de las puertas de los apartamentos del lugar y juntado el alimento en un bajo que hacía las veces de almacén y de punto de encuentro, por decirlo de algún modo. Éramos cuarenta y seis en total, contándonos a nosotros. Todo el terreno frente a la ciudadela era campo, y esperaban empezar a sembrar cuanto antes, algunas verduras ya empezaban a crecer.

Tras volver dos furgonetas cargadas hasta los topes de comida, contamos nuestra historia, que era bastante breve. Se nos asignó una habitación para los dos en una tercera planta de un bloque de pisos y pasamos a formar parte de la comunidad. Lo que vino después fue días de paz y días de guerra. El reencuentro con mi marido. Pero eso ya son más de mil palabras de las que puedo poner :P