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Vostok1 en órbita terrestre |
migraciones anuales. Ahora el cielo era de un color naranja ceniciento, cargado de dióxidos y otros gases letales para la vida en el lugar que nos vio nacer. Si Gaia en verdad hubiera existido, la imagen que veía a través del cristal representaba su agónica muerte.
Miré
a mis compañeros, ninguna tenía interés en mirar por el pequeño
ventanuco ni decir adiós a aquella roca a la que habíamos llamado hogar.
Cerré
los ojos. Respiré profundamente, el futuro era tan incierto...
Volví
a mirar por la ventana, ahora ya podíamos quitarnos el cinturón,
teníamos atmósfera cero. El planeta azul lo llamábamos. Ahora bien
podría
haber sido el gemelo de Marte por su aspecto rojizo. La luna era tan
fría, tan estéril que sentí gran alivio el dejarla atrás.
Cuando
estuvimos sobrevolando Saturno con su anillo de asteroides miré por la
ventana para verla por última vez. Tan pequeña y tan lejana. Mientras
miraba mi padre se puso a mi lado, me dio un beso en la frente y me
acarició el pelo. En lo que dura un parpadeo la perdí de vista. Puse mi
mano sobre el frío cristal.
Nunca
pensé que el día en que abandonamos la Tierra se apoderaría de mí la
nostalgia de esta manera y que el futuro incierto me produciría tal
temor.
Solo
había que esperar... mantenerse en hibernación hasta encontrar un
planeta propicio para la vida al igual que el resto de expediciones. La
IA y .la Sembradora harán el resto. Espero que tengamos suerte.
Aida Albiar
Este relato está publicado en la Revista Digital MiNatura,
es un homenaje a Arthur C. Clarke y a su libro 'Cánticos de la lejana Tierra', publicado por la editorial Alamut
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