viernes, 19 de julio de 2013

Cuando abandonamos la Tierra


Vostok1 en órbita terrestre
La última vez que la vi estaba sentada en el compartimento Delta de la nave nodriza Empire 23, la encargada de recoger a los animales rezagados para abandonar el planeta. La última en partir. Primero atravesamos las nubes, recordé cuando antaño los pájaros volaban en grandes bandadas surcando el cielo azul en sus

migraciones anuales. Ahora el cielo era de un color naranja ceniciento, cargado de dióxidos y otros gases letales para la vida en el lugar que nos vio nacer. Si Gaia en verdad hubiera existido, la imagen que veía a través del cristal representaba su agónica muerte.
Miré a mis compañeros, ninguna tenía interés en mirar por el pequeño ventanuco ni decir adiós a aquella roca a la que habíamos llamado hogar. Cerré los ojos. Respiré profundamente, el futuro era tan incierto...
Volví a mirar por la ventana, ahora ya podíamos quitarnos el cinturón, teníamos atmósfera cero. El planeta azul lo llamábamos. Ahora bien podría haber sido el gemelo de Marte por su aspecto rojizo. La luna era tan fría, tan estéril que sentí gran alivio el dejarla atrás.
Cuando estuvimos sobrevolando Saturno con su anillo de asteroides miré por la ventana para verla por última vez. Tan pequeña y tan lejana. Mientras miraba mi padre se puso a mi lado, me dio un beso en la frente y me acarició el pelo. En lo que dura un parpadeo la perdí de vista. Puse mi mano sobre el frío cristal.
Nunca pensé que el día en que abandonamos la Tierra se apoderaría de mí la nostalgia de esta manera y que el futuro incierto me produciría tal temor.
Solo había que esperar... mantenerse en hibernación hasta encontrar un planeta propicio para la vida al igual que el resto de expediciones. La IA y .la Sembradora harán el resto. Espero que tengamos suerte. 


Aida Albiar


Este relato está publicado en la Revista Digital MiNatura, 
es un homenaje a Arthur C. Clarke y a su libro 'Cánticos de la lejana Tierra', publicado por la editorial Alamut

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